sábado, 11 de junio de 2011

EL ALACRÁN DE LA CÁRCEL DE DURANGO

EL ALACRÁN DE LA CÁRCEL DE DURANGO
En las postrimerías del siglo XIX, cuando el gobierno del General Porfirio Díaz se encontraba perfectamente consolidado, existió en la antigua cárcel de Durango, la "celda de la muerte"; llamada así, porque al desgraciado que metían allí, amanecía misteriosamente muerto. Esta es la leyenda de Juan, reo que sin saber que estaba sentenciado a muerte, descubrió el misterio. Resulta que a Juan lo condenaban a muerte por haber golpeado al dueño de una hacienda, hecho que se suscitó porque el dueño de la hacienda estaba enamorado de la novia de Juan, y quería casarse con ella; al encontrarlo Juan en casa de la muchacha, se hicieron de palabras y así Juan fue a dar a la cárcel. Pero las autoridades de la penitenciaria habían dicho, que le darían el perdón al que descubriera que era lo que causaba la muerte a todos los que tenían la desgracia de llegar a esa celda. Habiendo escuchado esto Juan, pidió que lo llevaran a la celda con una vela y una caja de cerillos, para así poder descubrir el misterio. Se hizo de noche, y él con su vela encendida vigilaba atento, cuando de pronto, escuchó una serie de ruidos, pero no se veía nada. Ocurrió que la vela se le estaba terminando y apenas eran pasadas las 3 de la mañana. La vela terminó por acabarse, y Juan se quedó sin luz. Entonces comenzó a escuchar ruidos otra vez, y con la caja de cerillos que tenia, prendió y vio como de la pared aparecía un enorme alacrán, lo vio con terror y espero a que bajara al piso, una vez ahí lo tapó con su sombrero. A la mañana siguiente que fueron los guardias a recoger el cadáver, resultó que Juan estaba vivo y deteniendo el sombrero en el piso; entonces, los guardias levantaron el sombrero y vieron el enorme alacrán causante de tanta muerte. De esta forma, Juan descubrió el misterio y le perdonaron la sentencia que tenía, salió y se casó con su novia.
Leyenda tomada del libro:
Leyendas de Durango.

3.
EL ALACRÁN DE LA CÁRCEL DE DURANGO
La leyenda cuenta que en 1884, en la Hacienda de la Cacaria, vivía un joven moreno, alto y robusto llamado Juan. Le decían Juan sin miedo porque era un hombre que no conocía el temor. Un día llegó un perro rabioso a la hacienda, la población se alarmó y cerró las puertas de sus casas. En la escuela, el profesor no supo del peligro y les dio salida a los niños cuando el perro pasaba por allí. Al mirar desde su ventana el peligro, Juan sacó su escopeta para tirarle al perro y justo cuando le disparó al animal, una señora llamada Doña Elvira, se atravesó y la bala le traspasó el pecho muriendo casi instantáneamente. El perro perseguía a los niños, y Juan en vez de huir, cogió un hacha y golpeó la cabeza del perro dándole muerte. Juan, rápidamente fue con Doña Elvira y la cogió en los brazos, pero ya era muy tarde, ella había fallecido. Juan fue encarcelado y tendría que pagar por su delito con 20 años de prisión. Después de estar 7 años prisionero en la cárcel de Durango, llegaron órdenes de sentenciarlo a la Celda de la Muerte. Luego se supo que el hijo del dueño de la Hacienda de la Cacaria, quería que Juan muriera para quedarse con su prometida. Cuando el director de la penitenciaría le preguntó a Juan. ¿qué necesitas?, Juan le contestó: "un banco, una docena de velas de sebo grandes y una caja de cerillos". Cumpliendo con su petición, le entregaron lo que pidió y lo encerraron en la Celda de la Muerte. Mientras la vela se iba gastando, el joven comenzó a acordarse de toda su vida. Las horas parecían siglos, y hora tras hora contaba las campanadas que daba el reloj de la catedral. Cuando ya el temor lo vencía, prendía la vela unos minutos y veía a su alrededor. Cual fue su gran sorpresa al ver un enorme alacrán de unos 30 centímetros de largo, que pronto se ocultó en su madriguera. Tomó los cerillos y apagó la vela, permaneciendo en silencio y dejando transcurrir el tiempo. El problema se concretaba en matar al animal, o cuando menos, no dejarse picar. Cuando el reloj sonó a las 5 de la mañana, encendió el cerillo y el cúbito de su última vela y miró el enorme alacrán que estaba a un paso de su banco; sin pensarlo mucho, se quitó el sombrero y lo arrojó sobre el animal, al ver que lo había atrapado, puso el banco sobre el ala del sombrero, asegurándose de que el arácnido no escapara. Se volvió a quedar a obscuras, y por unos minutos lloró sin poder contenerse. De lejos, se escucharon los pasos de los camilleros que venían por el cadáver de Juan para enterrarlo. Juan, con modestia después de saludarles, les pidió que le ayudaran a sacar al alacrán asesino. Juan fue indultado y puesto en libertad por su hazaña, volvió a la Cacaria y se casó con Lupe. El calabozo dejó de ser la Celda de la Muerte, y volvió a su antiguo nombre: "La celda de San Juan". En la actualidad no existe la cárcel, ni se sabe el lugar exacto de los acontecimientos
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